Papa del aire o Chayote



Cultivo

Sobre un terreno disponible (unos 400 m2) con hileras de alambre distanciadas a 40 cm
y reforzadas cada tanto con postes. Dejando espacio para cultivar algunas hortalizas
debajo de este parral, escalonando los alambres con la forma de un plano inclinado
orientado hacia el norte para tener la mayor exposición solar. Esto permitía que
la luz llegara a las escarolas, acelgas y lechugas (poco exigentes en materia de luz),
tanto cuando los rayos de sol caían a plomo durante el mediodía, como en forma
oblicua al atardecer. 
Si tenemos en cuenta que crecen 2 o 3 chayotes (de cerca de 900 gr por unidad)
cada 15 centímetros lineales y que disponía de unos 1000 metros de alambre
ordenados en 25 líneas de 40 metros de largo, la producción a los 6 meses
fue de unos 14 000 chayotes. ¡Cerca de 6 toneladas en el fondo de una casa!.

 
Comparado con las fatigosas labores que demanda la papa común, el cultivo 
del chayote encaja en el modelo de la “agricultura perezosa” de Bill Mollison,
el creador de la permacultura. Para empezar se siembra sin enterrar, en primavera,
apoyando un fruto entero sobre la tierra. Tampoco hay que cavar para cosecharlo,
basta estirar la mano. Pero aquí no terminan sus ventajas. No hay que volver
a sembrarlo por años, dado que bajo la tierra permanece un rizoma que rebrotará
cada primavera. Sin embargo, recomiendo volver a sembrar un fruto cada tanto,
pues el rizoma puede morir debido al ataque de bichos bolitas y babosas o por 
podredumbre debido al  encharcamiento. Por eso, aunque la planta no es muy
exigente en materia de suelo, este debe tener un buen drenaje. 

Usos 

Al igual que sus primos, los pepinos y los zapallitos largos, los chayotes pueden
consumirse antes de que estén completamente maduros. Personalmente
prefiero cosecharlos cuando alcanzan el tamaño de una pera; luego se ponen
fibrosos. 
El chayote tiene una sola semilla (con la forma típica de las de calabaza),
pero en comparación es enorme. Un misterio: hablé con algunos agricultores
brasileños y me dijeron que la semilla no se come. A mi me parece riquísima.
Miguel Raposo, del Taller Ecologista de Rosario (revista Ecología,
Alimentación Natural y Ambiente, año V Nº 15 de otoño de 1990) cuenta
que el chayote es una de las pocas plantas que se come en su totalidad,
frutos, hojas, brotes, ramas y raíz (rizoma):  "Sus tallos pueden cocinarse
como espárragos, las hojas tiernas se pueden preparar como la espinaca,
al igual que los brotes tiernos y los zarcillos, los frutos pueden consumirse
indistintamente como los pepinos y las papas. Crudos y pelados se los
emplea en ensaladas. Pueden consumirse al homo, hervidos o en guisados.
Con ellos se preparan conservas agridulces y hasta dulces".

Consumo

Los chayotes crudos y rallados se pueden comer en ensaladas, con
jugo de limón y aceite, al igual que las pequeñas hojas y brotes.
Para preparar  milanesa a la napolitana, se hierven ligeramente
cuatro frutos, luego se cortan en rodajas, se cubre todo con tomate,
pimienta y queso y se le da un golpe de horno. Hervido y cortado
en dados, el chayote es el ingrediente principal de sabrosas tartas.
Se hacen también compotas y chayote en almíbar con la misma receta de
los zapallos.
El chayote tiene un 2 % de proteína, que no es poco si se lo consume en
abundancia; algo que podrá hacer sin temor a engordar, dado que tiene un
bajo contenido en almidón. Por eso la llamo “papa dietética". Para evitar
pincharse con sus púas y pegotearse con un mucílago que segrega al pelarlo,
hierva el chayote con cáscara. Si lo va a consumir crudo, pinche uno de
los extremos del  fruto con un tenedor para sujetarlo y  luego atáquelo
con un simple pelapapas. Afortunadamente hay variedades de chayote para
cada necesidad.  Los que tienen púas (tanto del tipo verde como blanco)
son ideales para pelar con los dedos después de hervidos. En cambio las
variedades sin púas (también del tipo verde o blanco) se pueden rallar con
cáscara.
El argumento típico para descalificar este alimento gratuito es su 
“falta de sabor”, o que resultaban aguachento en comparación
con la papa. Esto es un injusto prejuicio. En todo caso, el chayote hervido
no es más desabrido y acuoso que un zapallito en el mismo estado.
La clave para saborear este fruto de tierras cálidas y selváticas es saberlo
condimentar, en especial con pimienta y nuez moscada.  
Otro factor que conspira contra el consumo de la papa del aire es que los
seres humanos tendemos a ignorar lo que abunda. Es lo que ocurrió en
mi casa con el chayote. Nos acostumbramos a percibirlo como un yuyo,
como una enredadera invasora a la que debíamos podar constantemente
para que no cubriera el resto de nuestra huerta. Las propias cualidades
del chayote acabaron por cansarnos. Como otros agricultores urbanos,
renegué de esta cenicienta de las cucurbitáceas y por muchos años no volví
a ocuparme del asunto. 

Carlos Alberto De Sanzo

relata su experiencia en el cultivo de la papa

del aire o chayote

A finales  de los ´80 con la
“hiperinflación” surgieron iniciativas
de huertas barriales con el propósito
de paliar la crisis alimentaria. La
idea era buena, pero la
población estaba desacostumbrada
a los rigores de la tierra. Muchos
vecinos se lanzaron con ilusión
a la tarea de despejar algún terreno
baldío, pero en poco tiempo terminaban
colgando la pala, desanimados por la
dureza del suelo y el permanente combate
contra el pasto y las hormigas
podadoras. Recordé entonces
al chayote y me pareció que por
su facilidad de cultivo podría ser
de gran ayuda reintroducirlo en
nuestra región. Mis amigos
Rubén Ravera y Arturo Della Madalena
se entusiasmaron con el proyecto.
Por su parte, la artista Nora Bécquer
hizo su aporte pintando una bella
acuarela del fruto del chayote a
partir de una vaga descripción verbal que le transmití. Su obra nos sirvió como 
“identikit”  para  interrogar a cientos de personas sobre el posible paradero del vegetal.   
No se trataba de una tarea sencilla. Durante semanas recorrimos el partido de Quilmes
siguiendo la pista de una planta casi desconocida. A veces, algunas personas
a las que consultábamos creían haber visto algo parecido en un baldío lejano.
Otras, estuvimos a punto de alcanzar el objetivo por cuestión de horas e
irónicamente en mi propio barrio, como cuando Mario Díaz Vélez, cantor de
tango y albañil,  recibió unos frutos de regalo pero terminó arrojándolos a la
basura por no saber como prepararlos. Toda una pérdida.
Los primeros chayotes los descubrimos en un jardín de Solano. Recuerdo que
tuvimos que negociar largamente con el propietario quien no alcanzaba a
entender nuestro interés por las plantas. Finalmente una oferta en moneda
corriente lo convenció de aportar algunos ejemplares para nuestra causa. Como
si se tratara de un raro espécimen, expusimos los chayotes junto con un
motocultor inglés y una montaña de calabazas (cosechadas en el techo de mi casa)
en una muestra de agroecología que Rubén organizó en la Biblioteca Mariano Moreno.
Entonces ocurrió algo mágico. Un visitante anónimo dejó un par de chayotes
junto a los nuestros. Estos aportes se repitieron en los días siguientes. A la semana,
cuando terminó la muestra, habíamos reunido cuatro variedades de chayote.
El conseguir los chayotes fue la mitad del problema. Le siguió la espinosa 
tarea de conservarlos, multiplicarlos y encontrar un hogar para el centenar
de frutos que habíamos reunido y que bautizamos con el apodo de
“las abuelas" porque serían las madres de las futuras productoras. Les hicimos
un lugar en mi sótano, pero por falta de aireación fueron atacadas por un hongo.
No corrieron mejor suerte cuando las pasamos a un caluroso y seco altillo donde
se deshidrataron. Al segundo año dejamos algunos frutos a la intemperie.
Al principio los frutos se mantuvieron frescos y con sus cáscaras brillantes...
hasta que una helada tardía los quemó. La experiencia nos enseñaría que
la mejor forma de almacenar los chayotes es a la sombra en un lugar
fresco y aireado. A pesar de todo lograron sobrevivir una veintena que
plantamos sin demora pese a los rigores de la estación. Tomamos sí,
la precaución de cubrirlos con una lona durante la noche para resguardar
los delicados brotes de  una posible helada. 
Afortunadamente, las plantas prosperaron y aportaron, durante diez
otoños, miles de frutos que distribuimos entre las escuelas de
Quilmes y Florencio Varela y obsequiábamos en nuestra “tecnohuerta“
de Bernal. Actualmente la forma más directa de conseguir un chayote
es en una feria o recurriendo a algún horticultor boliviano. Vale la pena
hacer el intento. Si cuenta con un metro cuadrado de tierra para plantar
un fruto de chayote y  dispone de un fondo, patio o terraza para armar
un parral, logrará, de un año para otro y a perpetuidad, una provisión
gratuita de sombra y comida. Y si tiene dotes de vendedor  y voluntad,
podrá sumar  una fuente de ingresos extra. Haga números. Cien metros
cuadrados de parral producen unos mil quinientos kilos de frutos por
estación. Con todo, no estaría de más  intercalar las enramadas de
chayote con algunas hileras de pepinos, porotos y calabazas. Estas
plantas también se sienten a gusto deslizándose por los alambres y
le aportarán mayor variedad y colorido a su mesa.


De apariencia tosca y suave sabor, la papa del aire o chayote es una hortaliza trepadora
que vive y produce por varios años. Pertenece a la familia de las cucurbitáceas. Tiene
sus adeptos entre los europeos y norteamericanos que buscan adelgazar sin privarse
de comer. Por eso llegan a pagar entre cinco y quince dólares por un kilo de este fruto
cuya demanda no alcanza a cubrir en los mercados del Primer Mundo
Su sabor es el de una mezcla de zapallito y pera, tiene un 90 % de agua,
brinda abundancia de follaje en verano y prodigalidad de sus frutos en el otoño.
Algunos españoles lo llaman todavía "papa del moro", aunque sabemos que
esta planta perenne, de renovación anual, con numerosos tallos trepadores
es en realidad oriunda de Centroamérica y está emparentada con los zapallos,
pepinos y calabazas.